¿Esta relación me nutre o me debilita? ¿Me da fuerza o me la quita?
Ay, las relaciones…
Como seres humanos sabemos que somos seres de relación, que la vida en sí misma es relación… Vivimos inmersos en una red de vínculos y relaciones que, asimismo, conforman nuestra vida y nuestra singularidad; vínculos familiares, de pareja, de amistad, vínculos sociales, profesionales o de ámbito espiritual, en definitiva, vínculos humanos (afectivos o prácticos) en su totalidad. Así pues, para poder realizar una vida significativa y satisfactoria, ser conscientes de la “calidad” de nuestros vínculos se presenta como una cuestión fundamental.
Aquí la cuestión es: en qué medida mis relaciones son sanas o no lo son tanto, en qué medida favorecen o limitan mi desarrollo y maduración, en qué medida elijo consciente o inconscientemente estar en una relación.
En términos muy generales, podemos calibrar la calidad de nuestros vínculos a través de tres posibles variables: la «nutrición», el «desafío creativo» y lo tóxico».
Lo nutritivo. Como su nombre indica, es lo que nos nutre. Es la intimidad, la complicidad, el apoyo, el sostén, el recreo y el disfrute; es el compartir, el buen dar y el buen recibir; es el crecer juntos, la comunión, el calor humano y el amor; en definitiva, es todo aquello que verdaderamente conforta y nutre nuestro corazón.
El desafío creativo. Es lo que nos “confronta”, creativamente… Nos confronta, nos muestra, nos señala, nos refleja, nos despierta, o nos pone cara a cara con eso que necesita ser visto, reconocido o sanado en nuestro interior; nuestros miedos e inseguridades, nuestras heridas y nuestro dolor, nuestras limitaciones y las cuestiones pendientes de maduración.
La relación, por su propia naturaleza, favorece que emerja nuestra sombra, y esa es, precisamente, la gran oportunidad de la relación; una oportunidad de desarrollo y transformación, una oportunidad para ampliar nuestra consciencia y abrir el campo de nuestro corazón.
En definitiva, cada tensión o dificultad en la relación se vive como una oportunidad de crecimiento. Y esto es lo que favorece lo vínculos auténticos.
Lo tóxico. Es este mismo “desafío”, pero no vivido como una oportunidad de desarrollo y maduración, sino como algo que nos limita (y en muchos casos nos mantiene sufriendo) precisamente en esa falta de responsabilidad y maduración. En este caso, el desafío se convierte en algo destructivo, no creativo; en lugar de manejar la sombra, es ésta la que nos maneja; la relación, en lugar de darnos fuerza, nos la quita, nos desgasta y nos enferma.
A veces, esta faceta se muestra como una lucha entre egos heridos y resentidos. Así, el otro es percibido consciente o inconscientemente como un enemigo, como adversario, como alguien que nos ataca y que nos hace daño… Así, nos vemos viviendo en una pelea energética que únicamente nos degasta (probablemente una pelea azuzada por heridas de la infancia), una pelea inútil y estéril que no conduce a ningún lugar; no construye, no concilia, no resuelve, únicamente se retroalimenta de sí misma generando más resentimiento, conflicto y dificultad.
Según nuestro criterio, una relación sana sería aquella en la que el aspecto “nutritivo” se vive de manera abundante y natural; el “desafío creativo” se vive como algo valioso y preciado, como algo sano y necesario; y donde lo «tóxico» puede aparecer de manera eventual y excepcional (la relación no exige de la iluminación espiritual), dándonos -eso sí- la oportunidad de comprender y rectificar.
Así pues, si necesitamos calibrar la calidad de nuestros vínculos, podemos hacerlo a través de esta sencilla indagación: ¿en qué medida me nutre esta relación? ¿en qué medida me desafía creativamente? ¿en qué medida es tóxica? Y ahora, teniendo plena consciencia de lo implicado en esta relación: ¿me compensa tal y como es? ¿así lo elijo en mi corazón?
Toni Consuegra
Instructor de Meditación y Terapeuta Transpersonal
Fundador de Ananda Desarrollo Integral
www.anandaintegral.com
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