Existe una noción, un malentendido muy extendido que sugiere que, en el camino del despertar, la mente o el ego es nuestro enemigo, que todo nuestro esfuerzo por morar en la paz es minado una y otra vez por este ego astuto, por esta mente ruidosa y traidora. A veces, nuestro propio lenguaje lo refleja: “la mente me boicotea, la mente no me deja en paz, etc.”. Entonces, nuestra práctica puede convertirse en una lucha (sutil o manifiesta) contra la mente. Queremos controlar o conquistar esta mente ruidosa y traidora, pero este movimiento implica tensión y resistencia, y la meditación es observar sin ninguna resistencia.
En nuestra relación con la mente-ego tenemos que recordar ese antiguo aforismo que proclama “aquello a lo que te resistes, persiste”, por lo tanto, si nos resistimos a la dinámica de la mente-ego únicamente la estaremos fortaleciendo. Cualquier esfuerzo por controlar a la mente-ego produce el efecto contrario, nos enreda y nos sumerge más profundamente en ello.
En realidad, la mente no se puede controlar, porque el controlador también es parte de la mente. En lugar de luchar y tratar de controlar, podemos detenernos y observar…
El deseo de deshacerse del ego es muy diferente del proceso de dejar de identificarse con la ilusión socialmente condicionada de un yo egoísta. Lo primero implica una batalla: el ego tratando de matar al ego… Al luchar contra el ego, ¡el ego gana! Lo segundo implica soltar la ilusión de control; es el fin de la lucha, y el medio hacia ese fin es la consciencia. [Maestra Zen Cheri Huber]
Observar la mente-ego.
La meditación no consiste en conquistar o controlar la mente-ego, sino en observar serenamente su actividad. Vemos los pensamientos, pero sabemos que no somos esos pensamientos, nuestro verdadero ser, nuestra consciencia, es como la pantalla vacía en la que éstos se proyectan. Sin embargo, la consciencia tiende a identificarse con los pensamientos que proyecta; la consciencia se deja seducir por la historia que los pensamientos nos presentan.
La mente-ego es lo que es, acéptalo. Y acepta que te has identificado. En ese momento, comienza la desidentificación.
Ahí es donde la actitud meditativa nos permite observar y distanciarnos. Cuando advertimos que nos hemos identificado, o que vagamos dispersos a merced de los pensamientos, sencillamente soltamos y regresamos… ¿A dónde regresamos? Regresamos al Ahora, a la mera presencia observadora.
Al observar se libera el vínculo identificativo con los pensamientos. Es como cuando vamos conduciendo y de repente pisamos el embrague; el motor no se para, pero sí se rompe el vínculo con la tracción. De la misma forma, la manera de embragar con la mente-ego es mediante la observación.
Se observan los pensamientos que aparecen en la mente como hojas que revolotean a merced de la brisa mental, se observan de igual manera que contemplas un paisaje o miras una película, la “película mental”.
Observar es reconocer la actividad de la mente-ego sin identificarnos con ello. Observamos todo lo que allí sucede desde la mera presencia consciente; sólo existe la vigilancia silenciosa de los hechos, el testimonio de lo que aparece y desaparece en el espacio de la mente.
Aparezca lo que aparezca (en la mente), simplemente obsérvalo. [Ajahn Chah]
Observar es sentarse a un lado del camino y dejar que el tráfico pase. Si te mueves con el tráfico no podrás verlo, tienes que pararte a un lado y observarlo con ojos serenos, despreocupados… Cuando observas el tráfico de la mente de esta manera, cuando ya no eres fascinado o abducido por sus contenidos, cuando ni siquiera te preocupa si sigue con su cháchara o se para, entonces, en este clima de “desinterés”, surge el testigo. Comprendes que la mente es un recurso de ti mismo, pero no tú mismo. Descubres que tú eres más allá de la mente, y te das cuenta de eso que el Buda proclama: “tú eres el testimonio de tus pensamientos, tú eres el que observa, no lo que estás observando”.
Te mantienes silencioso entre los ruidos, quieto en mitad del movimiento, siempre observando un paso por detrás. Te sitúas en ese espacio donde la mente puede juzgar, sin ser juzgada por ello; la mente puede preferir, pero tú permaneces ecuánime; la mente puede dudar, pero tú reposas en la certeza profunda; la mente puede desear, pero tú descansas en tu plenitud connatural.
Los troncos flotando en la corriente.
Al observar nos situamos detrás de la mente, de manera espontánea nos salimos del tiempo psicológico y nos situamos en el flujo del momento presente.
Te sientas a observar, y aparecen los pensamientos, los ves aparecer y desaparecer en el espacio de la mente… Es como sentarse delante de un río y ver pasar los troncos que flotan arrastrados por la corriente… En esta observación ves pasar los pensamientos, y, al verlos pasar, súbitamente te das cuenta de que tú no eres los pensamientos, ¡tú estás sentado observando!
De modo que nos sentamos en la orilla y vemos los troncos pasar, contemplamos la escena serenamente… Lo que sucede es que, en un momento dado, algunos troncos nos parecen tan sugerentes que saltamos y nos encaramamos a ellos… Pero recordamos, nos damos cuenta que flotamos con el tronco en la corriente, y de nuevo saltamos a la orilla para sentarnos a observar desapegadamente.
Al principio este baile de saltitos es muy animado, saltamos de la orilla al tronco y del tronco a la orilla, una y otra vez… Sin embargo, en la serena perseverancia la atracción por los troncos se va debilitando, hasta que finalmente pierden nuestro interés… A veces sucede que hasta los mismos troncos desaparecen, el río se despeja y entonces contemplamos el fluir límpido de la corriente.
Como nubes en el cielo.
Al observar contemplamos los pensamientos como el tráfico que pasa, como troncos flotando en la corriente, o como nubes que flotan en el cielo; observamos como en la espaciosidad de la consciencia flotan como nubes los fugaces pensamientos.
Cuando observamos el fluir de los pensamientos descubrimos su naturaleza vaporosa, naturalmente advertimos como éstos pierden consistencia e intensidad, al tiempo que aumenta nuestra presencia y sensibilidad… Suavemente pasamos de una experiencia mental a una experiencia consciente y orgánica de la realidad.
Cuando la consciencia se desvincula de las nubes-pensamientos experimenta un vínculo con la totalidad del cielo, y esta experiencia de totalidad deviene en un estado de dicha y profunda paz. Se trata de una observación amorosa que momento a momento inunda la realidad, haciendo conscientes los “mundos externos” y los “mundos internos” de manera compasiva y natural.
Cuando la consciencia descansa en sí misma, cuando reposa en el mero ser consciente, nos damos cuenta de que todos esos mundos surgen y se desvanecen, mientras que la consciencia siempre es y siempre permanece, límpida e inalterada, como la misma naturaleza del ser resplandeciente.
Medita.
Vive con pureza y sé tranquilo.
Haz tu trabajo con maestría.
Sal de entre las nubes, así como la luna,
¡Y resplandece!
[Siddhartha Gautama. Buda]
(*) Si te interesa continuar con esta serie de «El arte de la Meditación»:
El Arte de la Meditación (5). Meditación y Atención Plena (Mindfulness).
https://www.anandaintegral.com/el-arte-de-la-meditacion-5-meditacion-y-atencion-plena-mindfulness/
Toni Consuegra
Instructor de Meditación y Terapeuta Transpersonal
Fundador de Ananda Desarrollo Integral
www.anandaintegral.com
Deja tu comentario