Aunque se asume que las emociones primarias son cuatro (miedo, enfado, tristeza y alegría), la complejidad de nuestras experiencias hace que muy rápidamente la combinación e interacción entre éstas, la intensidad y la profundidad con la que se presentan, así como nuestra evaluación consciente, puedan dar lugar al amplio espectro de emociones y sentimientos que nos caracteriza como seres humanos.
En un “polo” podemos sentir odio, celos, envidia, culpa, vergüenza, soberbia, fatalismo, frustración, etc. Podemos sentirnos indignados, humillados, desanimados, deprimidos, desesperados, desconsolados, inseguros, distantes, preocupados, confundidos, incapacitados, desbordados, manipulados, intimidados, agitados, altivos, posesivos, agresivos, arrogantes, vengativos, melancólicos, ansiosos, agraviados, excluidos, atormentados, aterrorizados, etc.
En el otro “polo” podemos sentir amor, gratitud, admiración, afecto, agrado, tolerancia, generosidad, etc. podemos sentirnos seguros, curiosos, motivados, esperanzados, encantados, satisfechos, cariñosos, aceptados, deseados, valorados, apreciados, admirados, apasionados, comprometidos, dichosos, integrados, contentos, apaciguados, decididos, serviciales, honestos, capacitados, responsables, enérgicos, afectuosos, divertidos, inspirados, bienhumorados, etc.
También pueden existir emociones ambiguas o emociones neutras, como, por ejemplo, la sorpresa.
Por debajo de todo el abanico emocional advertimos como, en esencia, todo podría comprimirse en dos estados básicos: miedo y amor, que también responde a dos necesidades básicas: preservación y desarrollo (seguridad y libertad).
El grupo de emociones que derivan del miedo nos contraen y el grupo de emociones que derivan del amor nos expanden.
El miedo asegura la necesidad de preservación y seguridad. El amor asegura la necesidad de expansión y libertad.
Cultural y tradicionalmente nos hemos referido a estos grandes grupos de emociones como “positivas” y “negativas”. Podemos llamarlas así, en términos estrictos de polaridad energética, pero esta catalogación suele implicar generalmente un juicio de valor; las positivas son las “buenas” y las negativas son las “malas”. Sin embargo, para procesar e integrar las emociones han de estar exentas de todo juicio, precisamente. Desde el punto de vista de la consciencia las emociones no son ni buenas ni malas, sino adaptativas o desadaptativas, funcionales o disfuncionales, necesarias o no necesarias.
Ciertamente, las emociones positivas (expansivas) tiene una influencia directa sobre la salud y el bienestar del individuo, mientras que las emociones negativas (contractivas) pueden afectar tanto a la salud como al bienestar. Sin embargo, es preciso señalar que este tipo de emociones, de manera puntual y de moderada intensidad, no son perjudiciales, de hecho, forman parte del sistema adaptativo, así como del proceso de desarrollo y aprendizaje. Podemos cultivar y enfocarnos en los estados positivos, sin que por ello tengamos que rehuir lo inevitable, es decir, que el péndulo de la vida oscile, tarde o temprano, hacia la otra polaridad. Todo es una cuestión de equilibrio, todo se rige por un movimiento natural de compensación. El equilibrio surge cuando aceptamos el desarrollo de la vida, cuando permitimos que las cosas sean como son, sin apego y sin rechazo, sin represión y sin adicción.
Ahora bien, si detrás del abanico emocional se encuentran el amor y el miedo como los dos estados básicos, lo que subyace a estos estados (y en realidad a toda manifestación) es el Amor. En nuestro proceso de consciencia comprendemos que, finalmente, encontrar el punto de equilibrio no consiste en tratar de controlar el péndulo con más pericia o dificultad, sino en revelar ese Amor-Conciencia que es nuestra Naturaleza Original.

Amor no dual.
Por su propia naturaleza la Realidad Absoluta es un Misterio. Ahora bien, para la Tradición de Sabiduría la naturaleza del Misterio se vislumbra a través de tres aspectos fundamentales (estados sin opuesto, no duales): Verdad-Bondad-Belleza (Conciencia-Amor-Creatividad)
El Amor es generatriz, crear está en la naturaleza del Amor. Para crear, el Amor se polariza; en la tensión polar, en los contrastes, se despliega la Obra del Amor.
Para ilustrar este proceso de la polarización podríamos usar la imagen del péndulo: el Eje desde donde se suspende el péndulo es Eso, la Unidad en la Verdad, el Amor y la Belleza. Desde ese Eje de Equilibrio Perfecto, el péndulo comienza a oscilar de un lado a otro, creando dos polos; esta polarización genera el desequilibrio, el desequilibrio genera la tensión, y la tensión genera la energía. Sin esta polarización no hay tensión ni hay energía, no hay mundo ni hay vida (si la energía estuviera absolutamente equilibrada, no existiría nada). Por lo tanto, todo lo que existe es fruto de esta polarización y esta tensión creativa.
La Verdad se polariza en lo verdadero y lo falso. El Amor se polariza en el amor y el miedo. La Belleza se polariza en la armonía y el caos.
Ahora bien, es importante comprender que la polarización no crea dos cosas, sino que se expresa como la presencia o la ausencia de una misma cosa; lo falso no es algo en sí mismo, sino la ausencia de lo verdadero; el miedo no es algo en sí mismo, sino la ausencia de amor (o amor que no fluye); el caos no es algo en sí mismo, sino la ausencia de armonía. Y lo mismo aplica a cualquier polaridad; el frío es la ausencia de calor, la oscuridad es ausencia de luz, etc.
El Amor es el estado de Ser primordial, un Amor no dual; de su polarización deviene el amor-miedo (expansión-contracción, atracción-repulsión, unión-separación), que no deja de ser Amor polarizado.
Toni Consuegra
Instructor de Meditación y Terapeuta Transpersonal
Fundador de Ananda Desarrollo Integral
www.anandaintegral.com


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